domingo, 22 de enero de 2012

Inocente Perséfone...


El contoneo de sus zapatos contra el suelo se entremezclaba con el ritmo de sus latidos, dando forma al peculiar compás de una canción desconocida. Al doblar la esquina dejó el instituto atrás. Sacó un cigarrillo del bolsillo y tanteó en su campera en busca del encendedor. No estaba. Siempre pierdo los encendedores, que estúpida, Pensó Iris. Tuvo que detenerse por completo y rebuscar entre sus cosas, aunque ya sabía que no lo encontraría. Blasfemó por lo bajo.
-          ¿Necesitas fuego? Yo tengo – Iris se sobresaltó al escuchar la voz tan cerca.
-          ¿Qué…? Ah, sí. Gracias – El hombre le dio el encendedor, acto seguido Iris no pudo prender el cigarrillo.
-          Viento de mierda.
-          Te ayudo – simuló una carpa con sus manos. Ella notó que eran pálidas y esqueléticas. Por fin el cigarrillo prendió, y aspiró varias veces para que no se apagara.
-          Gracias de nuevo – El hombre comenzó a alejarse – El encendedor.
-          Quedatelo… no lo necesito, no fumo. – Y retomó su paso.
Iris comenzó a caminar en la dirección contraria. Como todas las semanas, al cabo de dos cuadras llegó a su plazoleta favorita. Se sentó en un banco de madera roída y observó por unos segundos como el cigarrillo se consumía. Se lo llevó a la boca, tragó el humo y, por inercia, volteó. Vio al hombre del encendedor apoyado en un árbol en la esquina de la plazoleta. Estaba oscuro, así que no estaba segura de si era realmente él, pero se asustó. Expulsó el humo desorientada y se levantó. Caminaba rápido, tenía miedo. Siempre le dio demasiada importancia a la frase no hables con desconocidos

1 comentario:

Exprimí aquel putrido cerebro tuyo para que revolotee hasta acá tu vasta opinión