martes, 21 de febrero de 2012

Pulga

Creo que nunca te dije tantas veces cuánto te quería hasta el día de hoy, que entré al garage para contemplarte una vez más y me encontré con un bulto bajo un trapo.
- Así lo encontré hoy - dijo Adolfo - hacía dos días que no comía, yo ya me di cuenta ayer de que el momento estaba por llegar... se le notaba en los ojos, no podía mantenerse en pie mucho tiempo tampoco - hace una pausa para suspirar - pero ya está.
- ¿Dónde lo vamos a enterrar? ¿En el patio del nono? - la voz se me quebró, sumergida en el recuerdo de otra antigua pérdida.
- Sí. Pio está haciendo el pozo. ¿Por qué no cebas mate mientras terminamos...? - dicho esto salió del garage.
 Rodeé el falcon verde y me acerqué al trapo. No pude controlar las lágrimas que me nublaron la mirada y me aceleraron la respiración. Podía ver tus patitas sobresalir y meterse abajo del auto. Estabas quieto. Decidí que quería verte una vez más, sin importar lo que me encontrara debajo del trapo. Lo aparté débilmente, y fue ahí cuando te vi. Tu lengua estaba sobresaliendo en un lado de tu hocico. Parecías dormir, sólo que yo sabía que estabas muerto. Te acaricié la frente, como en los viejos tiempos. Te rasqué la oreja. Y fue ahí cuando estuve un 100% segura de que habías fallecido. Y no fue por la típica "estabas frío" si no que note que estabas muy quieto. Y duro. Estabas muy duro. Quise levantarte una patita, y cayó con un golpe sordo y solemne, como la confirmación de mi peor sueño.
- Te amo. Te amo. Te amo tanto Pulga, te amo, te amo, te amo. Perdón. Perdoname por no venir seguido a visitarte. Perdoname por no haber hecho nada al ver que todos te abandonaban. Tendría que haber insistido más en que te dieran bola. Perdoname por no haberte visto en tu última semana de vida. Daría todo lo que tengo y más por retroceder el tiempo UN PUTO DÍA y pasarlo con vos. Unas horas aunque sea, haber podido estar con vos en tus últimos segundos, acariciarte en el segundo que la muerte te sacara el aliento y te llevara junto a ella. Perdoname por todo eso, por haberte roto mi promesa de estar a tu lado. Perdón, perdón, perdón... - dije, la voz quebrándoseme en varios puntos. No podía ver, no podía sentir. Sólo podía acariciarte y esperar... - Levantate, por favor levantate. No podes estar muerto.
 Lloré mucho al lado tuyo... hasta que decidí que tenía que ir a tomar agua, me estaba deshidratando. Me paré, te miré una vez más y te tape con el trapo. Salí del garaje secándome las lágrimas para que no las vieran, y fui a la cocina a buscar un vaso de agua. Después me dispuse a volver al patio, a esperar que te enterraran... pero al pasar de la casa del abuelo a la casa del nono, miré a la izquierda y vi el pasillo que lleva a la terraza. Doblé y empecé a subir algunos escalones. Vi "mi escalón" y me senté ahí. Me sostuve la cabeza con las manos, y mi visión se bloqueó por el pelo que caía sobre mis ojos. Me acordé de las tantas veces que iba a llorar ahí, desde muy chica, y vos siempre me encontrabas. Y lloraba, lloraba, lloraba... horas, con vos a mi lado dándome besos en los brazos, en la cara, en las piernas. Eras feliz ahí, eras querido. Lloré, recordándote. Me abracé a mi misma deseando que estuvieras ahí. Pero no apareciste, claro. No tenía consciencia del tiempo al pasar... tan sólo me importaba el hecho de que no estabas conmigo.
 Me obligué a levantarme, no quería perderme tu entierro, así que salí al patio para ver a Pio terminar el agujero donde yacería tu cuerpo para siempre. Y estabas ahí, arriba del trapo, tan muerto como todas las flores de ese jardín. Te contemplé, pero no me acerqué a tocarte una vez más porque sabía que me comería puteadas de Adolfo. Te miré, te miré y te miré hasta que se me nubló la visión y las gotas saladas impactaron contra el piso. Y fue ahí que te agarraron de las patitas, y te dejaron en el agujero. Y te miré un poco más, tratando de enfocar mis ojos en vos.
- Nunca me había dado cuenta de lo chiquito que fuiste siempre, a pesar de tener casi 15 años, Pulga - susurré para que nadie más escuchara, total estaban los dos en la suya - Parecés tan frágil, ahí tirado. Tan chiquito, débil... tan muerto. Te voy a extrañar tanto. Perdón. Te amo. Gracias por pasar conmigo casi toda mi vida. Nunca me voy a olvidar de vos, Pulguita.- Entonces me agaché y dejé junto a vos una pluma celeste y grande con la que jugábamos cuando te iba a visitar. Lo bueno era que nadie más sabía de su existencia, sólo vos y yo. Era algo nuestro. Y ahora pasaba a ser enteramente tuyo. - Chau para siempre.
 Te contemplé durante unos segundos más, hasta que Adolfo y Pío te pusieron el trapo encima, y empezaron a poner la tierra de nuevo en el agujero, sólo que ahora vos estabas adentro. Era tan tétrico el sonido de las palas al chocar con la tierra, tan triste. Te lloré como nunca lloré a nadie, absolutamente a nadie. Y te amé.
 Ellos entraron a tomar mate. Yo me senté al lado de tu tumba, ensimismada mirando el montículo de tierra que se alzaba en el jardín. "Y pensar que abajo de todo eso estás vos" pensé. El tiempo pasaba. Para mi no tenía significado... pero algún día tenía que volver. Así que me paré y empecé a caminar, las lágrimas cayendo incesantes. Antes de doblar el pasillo miré hacia atrás por última vez... Observé tu tumba, y pensé en la parte de mí que se había quedado ahí con vos.

1 comentario:

Exprimí aquel putrido cerebro tuyo para que revolotee hasta acá tu vasta opinión