viernes, 8 de marzo de 2013

Fragmento del fragmento de un texto perdido

-Fragmento 299-

Llega la mañana. Las motas de polvo son apenas visibles a través de la luz que se filtra por la ventana. Pestañea una, dos, tres veces, y se incorpora.
 No hace más que observar de reojo su reflejo en el cristal. Algo borroso, algo traslúcido. 
El karma que tanto alabó una vez está a su búsqueda.
 Una media blanca en la mano derecha.
Una media negra en la mano izquierda.
Guantes grises para los pies.
Un gorro de lana que abriga su falo.
 Paso tras paso se acomoda en una esquina repleta de rostros amargos con dientes amarillos y torcidos. Se moja los labios con la lengua y recuerda una lejana cita con el ortodoncista.
 Posa dos dedos bajo su nariz y alza el brazo derecho. 
Sube los escalones de a dos.
“$1,50” 
El mitómano reprimido lo escruta con ojos de sapo.
Un Tic Tac proveniente del reloj en su muñeca rebota en su sien. Y otro. Otro más.
Trescientos Tic Tac’s más tarde, retoma un paso irregular y acciona con indiferencia el mecanismo que lo devolvería al vacío esquizofrénico e insípido en el que se alojaba.
 Su mirada se encuentra con los ojos sabios de un pequeño escondido bajo el brazo fuerte y cansado de una madre regular. “Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus”.
Él se arroja al vacío, sonriente.

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